La factoría Aardman es un oasis en el desierto. Que a estas alturas todavía exista un equipo de genios que apuesten por técnicas de animación artesanales, es para quitarse el sombrero. En la fauna que es hoy en día el muy lucrativo cine de animación, los chicos de Aardman se presentan con sus muñequitos de plastilina a ritmo de “stop-motion”. Todo un lujo, un mérito enorme.
Pero esta adaptación cinematográfica de este curioso personaje surgido de un cortometraje de Wallace y Gromit – dos de los personajes más célebres de la compañía – es mucho más que una virguería visual. En esta película se apuesta por un humor inteligente y para todos los públicos, por una comedia de corte clásico que no necesita de diálogos para crear sensaciones sugerentes al espectador.
Con este film, el joven espectador tomará nota de una película diferente que estimulará sus sentidos y el adulto que le acompaña podrá degustar un rato de buen cine alejado de explosiones, tramas enrevesadas y números musicales – a menudo – olvidables y empalagosos.
Esta surrealista y desternillante especie de versión de “La ciudad no es para mí” mantiene la enorme calidad de una compañía que allá por el año 2000 me maravilló con aquella magistral “Chicken Run: Evasión en la granja”, uno de los films de animación más inolvidables de la época. Disfrutar de la oveja Shaun debe ser el paso previo a recuperar con urgencia tamaña obra de arte.
“La oveja Shaun: La película” es una celebración del trabajo bien hecho y de la lucidez de ideas. Supone la dignificación del género de animación y el caldo de cultivo de futuros grandes cinéfilos.
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Crítica por Andrés Martín
