Del mismo modo que existen películas que tienen su razón de ser reventando taquillas, hay otras que se ruedan con las miras puestas en la temporada de premios. Y uno de los muchos problemas de “La chica danesa” es su búsqueda desesperada por parecer académicamente perfecta, aunque luego eso se haya vuelto contra ella.
En la búsqueda de esa perfección, Tom Hooper se ha preocupado más del envoltorio que del contenido. Ese preciosismo exasperante que impera durante todo el metraje lastra la posibilidad de encontrar una buena película.
Enoja bastante que un tema tan dramático y peliagudo como el que se trata sea presentado de una forma tan liviana, dejando a un lado la transgresión y evitando ser políticamente incorrecto. No importa que el guión sea tan flojo y que ni siquiera se expliquen adecuadamente las motivaciones del personaje principal ya que solo importa presentarlo todo con planos presuntamente bellos y una reiterativa y machacona música del, por otro lado, gran compositor Alexandre Desplat.
Y entre tanta frialdad, indiferencia y tendencia al ridículo emergen sus dos actores principales, que son los que salvan la función del auténtico desastre. Aunque ni siquiera podría decir que Eddie Redmayne, que nos maravilló a todos el pasado año con su descomunal retrato de Stephen Hawking, esté francamente bien. Su interpretación más que fluir se encuentra encorsetada, resultando reiterativo en sus gestos y en ocasiones hasta empalagoso. Su personaje se empequeñece a medida que el metraje avanza y al gran Eddie se le agotan sus recursos interpretativos.
Pero lo que de verdad merece la pena de esta película es la definitiva consagración de Alicia Vikander como actriz de peso, de las que habrá que tener en cuenta. Al contrario de lo que le pasa a Redmayne, su presencia en la película se agranda hasta que toma el mando de un tren a punto de descarrilar. Su interpretación está llena de frescura y talento, que junto a su belleza y carisma acaban por centrar en ella todas las miradas de un producto olvidable.
“La chica danesa” es una de las grandes decepciones de los últimos tiempos, un producto vacío en un envoltorio falsamente vistoso.
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Crítica por Andrés Martín
