Hay dos maneras de afrontar el visionado de “La gran apuesta”. Una si eres entendido en la materia y no te dejas apabullar por tecnicismos y una terminología difícilmente entendible por el grueso de la audiencia. La otra, y más recomendable, es centrarse en el verdadero mensaje del film que no es otro que la deshumanización del ser humano, la búsqueda del dinero fácil a costa de la tragedia de otros y en definitiva el reflejo palpable de lo enferma que está nuestra sociedad actual.
El gran acierto de esta película es el tono ágil de comedia que impera durante el metraje. Y sorprende más sabiendo que su director tiene su currículum plagado de comedias “gruesas” a mayor gloria de Will Ferrell –alguien que triunfa en USA pero que al resto del mundo se le sigue atragantando bastante-. El estilo narrativo es fresco, tiene ritmo, intenta frivolizar un tema tan dramático con elementos de la mejor nueva comedia americana. De hecho cuenta en su plantel con un Steve Carell magnífico, que en cierto modo lleva la pauta de una película coral en la que no debemos olvidar a unos también estupendos Christian Bale y Ryan Gosling.
No debemos impedir que las lógicas trabas de los diálogos nos impidan ver el bosque. “La gran apuesta” se jacta también de intentar explicar cual programa infantil toda la compleja trama, en lugar de simplificarla, lo cual consigue solo a veces.
No tiene la brillante puesta en escena de “El lobo de Wall Street” – McKay no es Scorsese por supuesto- y carece de un protagonista tan carismático como Michael Douglas en “Wall Street” para concienciarnos que en esta jungla que es nuestra sociedad actual “la avaricia es buena”…
De todos modos debemos, como dije al principio, saber escarbar y quedarnos con el claro mensaje de la historia. Éste no deja de ser un afortunado tratado sobre la codicia humana, sobre la levedad y temporalidad del éxito. Somos marionetas de un sistema corrupto y un relato duro sobre ello ya lo vemos a diario en los informativos. Es de agradecer que la triste realidad se nos muestre en esta película bajo un simpático velo.
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Crítica por Andrés Martín
