Alberto Rodríguez es uno de los grandes valores de nuestro cine. Y a pesar del éxito comercial y artístico de “La isla mínima” –film interesante, estéticamente atractivo, pero lastrado por una anodina resolución- aún tenía que ofrecernos su película definitiva y, por lo visto, ya tiene nombre…
“El hombre de las mil caras” supone un reto encomiable por parte del director sevillano, por el simple hecho de afrontar una historia tan compleja y que muchos espectadores recuerdan por el intenso circo mediático que se organizó en su momento. Pero un tema áspero y poco agradecido comercialmente, que en manos de un director mediocre se hubiera convertido en un galimatías difícil de seguir y disfrutar, Rodríguez lo trata con inusitada frescura y sentido del ritmo narrativo.
Esto es, ante todo, un thriller de altos vuelos con todos los elementos que engrandecen el género. El célebre “caso Roldán” se convierte en una inteligente historia de venganza, en el que se dejan al descubierto las entrañas –y las cloacas- del poder. Nuestra cinematografía consigue, por fin, la película de espías que tanto estábamos esperando sin necesidad de presenciar tiros ni escenas de acción… solo con un potente guión y un fabuloso plantel de actores.
La envidiable estructura narrativa de la película, que no decae en ningún momento, permite el lucimiento de José Coronado y Carlos Santos –estupendo en su esforzado retrato de Roldán-pero sobre todo la monumental interpretación de Eduard Fernández. Su retrato de Paesa resulta tan sobrio y logrado que su mera presencia engrandece el film y dispara su interés.
“El hombre de las mil caras” es una apasionante vuelta de tuerca a una historia ya conocida. Y resulta brillante la propuesta de no aturdir al espectador con un aluvión de nombres y datos porque, si eso ocurre en algún momento, ya está Alberto Rodríguez para narrarlo con fluidez.
Esta vibrante y ácida propuesta es la joya de la corona de un director al que ya no hay que perderle la pista.
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Crítica por Andrés Martín
