Era inevitable una gran producción “made in Hollywood” de uno de los fenómenos asiáticos más importantes de las últimas décadas. La que se convirtiera en gloria del “Manga” e influencia de un subgénero que salpicó incluso a una referencia como “Matrix” ya tiene su versión “en carne y hueso”… pero, visto lo visto, se la podían haber ahorrado.
Esta nueva propuesta huye del efecto transgresor de su referente, apostando por una cadenciosa y anodina narración de unos hechos que, por previsibles, carecen de interés.
Aquí todo es pausado, cansino e irritante. El deslumbrante, pero nada novedoso, diseño de producción es engullido por una torpe puesta en escena con ausencia de personajes carismáticos y recordables escenas.
No se le puede achacar a la pobre Scarlett Johansson, innegable epicentro de la historia, la debilidad de los resultados… más bien a un negado Rupert Sanders, al que le viene grande como realizador el universo y la mitología creada por su referencia. Su pulso a la hora de dirigir es plano, nada emociona…
Pero nos queda el consuelo de recuperar al gran Takeshi Kitano aunque sea en un papel que no le merece. Suyo es el trono del género de acción del cine japonés, un grande que lleva décadas imprimiendo con maestría a sus obras un halo de magia y lirismo que enamora. Él nos regaló la versión más bella de la violencia… debería haberle dado clases intensivas al bueno de Sanders.
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Crítica por Andrés Martín
