No… no voy a etiquetar este film por su temática gay porque sería limitarlo injustamente. Además, esta obra del italiano Luca Guadagnino no nada tramposamente a favor de corriente porque evita buscar la transgresión y la provocación. De manera honesta opta por un dulce y vitalista retrato del despertar del amor y el sexo desde el prisma de un adolescente –fantástico Timotheé Chalamet-, prefiriendo mostrar una historia universal en el que todos podemos vernos reflejados sin ataduras de tendencias sexuales.
En su intento de comunicar con el corazón del espectador se encuentran las virtudes de esta cinta, un menos es más que –in crescendo- deriva hacia un clímax que garantiza la perdurabilidad de la propuesta. Como punto de partida es respetable, nada que objetar… pero no es oro todo lo que reluce.
“Llámame por tu nombre”, sin embargo, flaquea en todo aquello que caracteriza y engrandece al, mal llamado, cine de autor. Aquí la presentación de los personajes, y sus motivaciones, resulta espesa y exasperante. Por momentos el film se convierte en una bellísima guía turística a mayor gloria de las bondades de la Italia rural donde pululan personajes de manera confusa, sin rumbo fijo. Sí, el clímax se presiente y es lo que nos hace no perder la fe en la historia pero tampoco es justo poner a prueba la paciencia del espectador.
Sí, este es un film de miradas y silencios… de pequeños detalles, pero nunca se debe prescindir de un adecuado ritmo narrativo. El aburrimiento y la recurrente tendencia al esnobismo del cineasta lastra las inmensas posibilidades de un producto que nos regala, sin embargo, una de las escenas más sinceras y logradas del cine reciente. En esa conversación cercana al final entre padre e hijo se concentran todas las maravillas de un film que pudo ser grandioso y que, desgraciadamente, optó por un elitismo mal entendido que nos arrojó al tedio. Es curioso que una película sobre sentimientos tan profundos esté rodado con una evidente falta de pasión…
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Crítica por Andrés Martín
