Parecía que tras "Señor, dame paciencia", el realizador –por decir algo- Alvaro Díaz Lorenzo no podría superarse, pero observo atónito que lo ha conseguido… y con creces.
El responsable de perpetrar este atentado al séptimo arte no se corta a la hora de diseñar el bodrio perfecto. Una delirante idea, desarrollada sin ángel ni talento, realizada de manera torpe y pedestre, con la única intención de colocar la cámara y que los actores le salven la papeleta.
Pero aquí no hay nada salvable porque el guión lo firma el mismo Díaz Lorenzo, por lo que el ejercicio de autocomplacencia adquiere cotas verdaderamente bochornosas. Por lo tanto, el elenco actoral –con la piedra colgada del cuello- se sumerge en las profundidades del más absoluto ridículo, incapaces de remontar semejante desaguisado.
La presunta catarata de gags se resume en un puñado de chistes rancios y obsoletos, el mal gusto en forma de chascarrillos que provocan vergüenza ajena. Aquí la gracia del choque cultural se ciñe a una vergonzosa mezcla entre lo chino y lo japonés, sumando una indigesta ración del peor y más tópico humor andaluz.
Sí, no me olvido de Dani Rovira. Aceptar este proyecto es un auténtico suicidio y él ha entrado al trapo. Siempre afirmo lo mismo sobre él, porque es un excelente monologuista y un mal actor. Su eterna inexpresividad termina de dar la puntilla a un film impresentable. Una de dos, o el cheque era irrechazable o le dio un ataque de actor y se veía sobrado para salvar él solito la función…
Pues señores, ya tenemos seria candidata a peor película del año. Y nos metíamos con Mariano Ozores, madre mía…
Andrés Martín
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