Es inevitable volver a escandalizarse, al igual que me pasó con la segunda entrega, al comprobar que el otrora estupendo James Foley sigue perpetrando engendros de este calibre.
¿Cómo puede un tipo que ha dirigido doce episodios de “House of Cards” realizar un film tan bochornoso como el que nos ocupa?. Evidentemente es un encargo “alimenticio” rodado sin nervio ni pasión y sin el menor sentido del ridículo.
Y es que esta tercera entrega es más de lo mismo. Un interminable spot televisivo de perfumes, rodado sin el menor sentido del ritmo narrativo y con un guión deplorable. No existe el mínimo atisbo de intención por emocionar e impactar al espectador. Nula acción, nulo erotismo y ausencia total de morbo en un producto que debía transgredir y que se ha quedado en mero telefilm de sobremesa.
El film es lánguido y soso, tremendamente aburrido y falsamente edulcorado. Un desastre construido desde la escasa capacidad de transmitir sensaciones del hierático Jamie Dornan y la inexistente química con una esforzada Dakota Johnson, que sigue resultando lo más decente de la saga.
Pero existe algo realmente bueno entre tanto desaguisado y es el hecho de que por fin la saga ha terminado y se acaba nuestra tortura. Como reza el título, al final me he sentido tan indignado como liberado…
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Crítica por Andrés Martín
