El subgénero de superhéroes se encuentra, como toda fórmula exitosa en Hollywood, al borde del agotamiento si nos ceñimos a esta última entrega de ese “dream team” de la Marvel que forman los Vengadores.
En 2012 la primera entrega tuvo su gracia debido al factor sorpresa, a esa espectacular novedad que suponía verles a todos juntos por el precio de una entrada. Pero tres años después y con la Marvel explotando el filón sin ningún pudor, esto empieza a cansar.
Esta segunda parte de la saga se pierde en lo más básico y esto consiste en no saber sacar a la luz el innegable carisma de sus protagonistas. Los creadores han elegido el camino de la espectacularidad en detrimento de una mejor definición de los personajes, dejando en un lugar secundario el innegable atractivo de un Robert Downey Jr como “Iron Man” o Chris Hemsworth como “Thor” –algo de lo que sí se aprovechaba la primera entrega y que se convirtió en una de las razones de su gran éxito-.
Resulta difícil creer que un film escrito y dirigido por Joss Whedon sea tan plano y aburrido, ya que de su imaginación han surgido brillantes ideas para el género fantástico en las últimas décadas. De su acomodado y perezoso desempeño apenas puede extraerse nada positivo, ya que desde la confusa aparición del villano de turno hasta el decepcionante clímax pasando por unas escenas de acción anodinamente rodadas, todo se convierte en un sorprendente – y caro – despropósito.
Apreciar que cada dólar invertido se deja ver en pantalla – solo faltaba que el film cojeara en el aspecto técnico – es insuficiente para una película concebida para arrasar en taquilla pero que al final se convierte en un caramelo de bonito envoltorio pero vacío en contenido. El público no es tonto y no se deja ni engañar ni aturdir. “La era de Ultrón” puede ser perfectamente el primer síntoma de agotamiento por exceso de saturación de una fórmula siempre impecablemente exitosa en lo comercial – no puedo obviar el dato de que la recaudación en USA está siendo claramente inferior a la de su precedente -. Lejos de los grandes clásicos del cómic en pantalla grande rodados por Richard Donner, Bryan Singer, Sam Raimi o Christopher Nolan, esta es una propuesta que no pasará a la historia. Es lo que le suele ocurrir a los films sin alma.
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Crítica por Andrés Martín
