Icíar Bollaín siempre se ha caracterizado, en su labor como realizadora, por una marcada tendencia hacia un cine social que pone sobre el tapete problemas cercanos y cotidianos. Desde su divertida y refrescante ópera prima “Hola, ¿estás sola?”, pasando por la magnífica “Te doy mis ojos” hasta las estimables “También la lluvia” o “Flores de otro mundo”, siempre ha merecido mi atención hacia su cine reflexivo y tan alejado de la taquilla.
“El olivo” sigue la misma pauta coherente de su carrera, mostrándonos una historia simple pero cálida. La aventurera búsqueda de un olivo milenario por parte de una joven, su tío y un amigo, para satisfacción de un anciano que reflejaba en él gran parte de su vida es el punto de partida de un film agradable, que alterna dureza y ternura, consiguiendo que el espectador se haga partícipe de las peripecias de los protagonistas.
No es una sorpresa que Javier Gutiérrez demuestre, trabajo tras trabajo, que es uno de nuestros grandes valores. Su impecable presencia en nuestra reciente cinematografía es una fantástica noticia de la que nos debemos alegrar.
Pero aquí el gran descubrimiento es la joven Anna Castillo, en su primer gran papel en la pantalla grande. Contagia fuerza y carisma, impregnando la historia de un vigor que por momentos se agradece. Soporta de tú a tú el duelo actoral con Gutiérrez y eso ya debe ser tenido en cuenta para plantar cimientos en el cine español del futuro.
“El olivo”, sin embargo, no es una gran película. Alterna momentos brillantes con otros más previsibles y anodinos, pero su sencillez y cierta ingenuidad provocan la empatía en el espectador. Una historia agradable, una suerte de “road movie” repleta de buenas intenciones que gusta pero que está por ver que resista el paso del tiempo.
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Crítica por Andrés Martín
