Nada mejor para Pixar que retomar una de sus joyas de la corona, ya que “Buscando a Nemo” fue la película que glorificó a la compañía tras confirmar que los excelsos resultados de la saga Toy Story no eran fruto de la casualidad. Pero yo soy de los que piensan que estaban en un momento de dudas a pesar del gran recibimiento de “Del revés” – para mí sobrevalorada y aburrida- y el fiasco comercial y crítico de “El viaje de Arlo”.
Volver al universo submarino le ha venido muy bien a la Pixar ya que ha recuperado el encanto, la gracia y la calidad que se le presupone a una obra de estos genios de la animación.
“Buscando a Dory” no cuenta ya con el factor sorpresa de la primera entrega y su línea argumental es, en cierto modo, repetitiva. Sin embargo las imágenes desprenden magia y vitalidad, permitiendo que el público disfrute del reencuentro con unos personajes que ya forman parte de la reciente historia del cine.
Al film le cuesta arrancar, pero cuando lo hace nos brinda un espectáculo frenético e imaginativo. La pléyade de nuevos personajes secundarios es asombrosa, auténticos seres humanos disfrazados de animales acuáticos con sus filias y sus fobias, unas motivaciones y características que permiten disfrutar al más pequeño y que el adulto pueda regresar a su infancia.
Además, el film nos regala una de esas escenas que pasarán sin duda a la historia del género. No voy a caer en los odiosos spoilers, así que no perdáis detalle en cuanto suene el “What a wonderful world” de Louis Armstrong. Hasta ahí puedo leer…
“Buscando a Dory” no alcanza la excelencia de la original pero es una obra magnífica, una secuela digna de su referente. Un producto que, afortunadamente, no insulta la inteligencia de su público potencial, sino que inculca una serie de valores indispensables para unos niños que, a buen seguro, tomarán buena nota.
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Crítica por Andrés Martín
